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32º Domingo del Tiempo Ordinario

A Dios no podemos presumirle ni engañarle con falsas promesas ni mucho menos echarle fachas de lo que tenemos y somos. Él nos conoce y sabe perfectamente cuales son nuestras intenciones. Ve el fondo de nuestro corazón y sabe que tan compasivos y generosos somos. Mira, y sabe que muchas veces los pobres son mucho más generosos que los ricos. Pero, ojo, esto no quiere decir que el tener sea malo, no, esto trata de la generosidad del corazón. Puede ser que me aferre a los pocos o muchos bienes materiales y no comparta nada de lo que tengo con los necesitados. 

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Las viudas del Evangelio de hoy nos dan muestra de catequesis de generosidad y confianza en Dios. La primera viuda acoge al profeta y lo alimenta del poco pan que tenía para ella y su hijo. Y Dios la recompensa con lo necesario para seguir viviendo: “La harina del tiesto no se acabará y el aceite del cántaro no se terminará” (1 de Reyes 17:14). Lo importante aquí es que ella no se negó a dar de lo poco que tenía, su confianza en Dios por medio de las palabras del profeta fue su esperanza para seguir viviendo. La otra viuda, la que Jesús hace resaltar su modesta ofrenda depositada en la alcancía del templo, comparándola con la jactancia de las personas ricas. Este relato deja claro que no podemos engañar a Dios con apariencias, que él ve directamente el corazón de cada uno de nosotros. Premiando nuestra generosidad con los demás, dando abundancia en nuestra vida.

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©LPi

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